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La antigua iglesia de San Salvador, actualmente convertida en sala de exposiciones, fue sede de un primitivo convento de monjas franciscanas dedicado a Santa Verónica. La portada, acabada en 1755, ofrece una solución magistral en la disposición de sus elementos oblicuos y en el poder de su cornisa mediante la adaptación del diseño a un espacio de tan difícil contemplación como el de la estrecha calle a la que se abre.